martes, 8 de octubre de 2013

El maestro de ajedrez

Como coordinador del espacio de ajedrez educativo en Educar, me veo en la necesidad  de hacer conocer una lectura crítica de la publicación de Perez Reverte en la Revista La Nación del último domingo, pues creo que es una mala mezcla de supuestos que conduce a una ponderación errónea de lo que significa el ajedrez y su modelo pedagógico de aprendizaje encubre una proyecto social fundado en  relaciones humanas dicotomizadas.

El escrito de Arturo P. Reverte, publicado el domingo 6 de noviembre en la revista que acompaña al diario La Nación, es una nota de opinión y una valoración del ajedrez, que se construye sobre una serie de supuestos que constituyen un lugar común, sobre la base de cierto consenso, acerca de  las bondades del juego para quien lo aprende y juega.  En esta primera aproximación uno puede estar más o menos de acuerdo con algunas de sus aseveraciones pero no necesariamente con todas, como cuando aventura que jugar ajedrez mejora un 17 por ciento la capacidad intelectual. No dice el autor de donde saca este número, ni hace referencia a investigación alguna. Pero en esa misma línea de gestos contundentes, nos trae un paradójico retrato del profesor de ajedrez. No se entiende como siendo éste, portador en tanto ajedrecista de los atributos venerados del juego, aquellos que se suponen le permiten manejarse en el “territorio hostil de la vida, sea un individuo malhumorado y escasamente simpático, para no decir nada simpático, que se maneja con dos palmadas y ninguna palabra. Pero hay más, no ya con el ajedrez y su profesor, sino con un modo de enseñanza que trasunta un ideal de educación absolutamente perimida y fuera de época. Aquel modelo que ya hace más de 100 años fue severamente criticado por la llamada  Escuela Nueva, que intentaba revalorizar al sujeto del aprendizaje en sus motivaciones e intereses, que ponía en cuestión el verbalismo comunicativo y la pasividad del aprendiz, la memorización y el recitado, como momentos significativos de ese proceso. Pedagogos como María Montessori, Pestalozzi, Decroly, solo para nombrar algunos, trajeron un aire fresco en un ambiente educativo sofocante de autoritarismo  y verdades reveladas, en donde solo quedaba someterse a la palabra del maestro y aprender. Uno de los paradigmas de  este orden fue el concepto de disciplina, tal como lo muestra Reverte para este profesor y estos alumnos, hecha de sumisión, silencio y atento a las tareas, que en el caso de este artículo, es que los niños: “se callen y jueguen”. Quiza Reverte no sabe que si hay algo absolutamente imposible, es obligar a jugar, sino es esta una elección propia. Porque el jugar no es la exterioridad de gestos, sino un modo espiritual de estar en la situación dada. Cuando alguien juega realmente está involucrado con todo su ser, con toda su potencia intelectual y emocional y esto no es producto de una orden o imposición externa. Jugar es estar serio de otra manera, no la seriedad  de lo útil, de lo importante,  sino la seriedad de lo innecesario, de lo superfluo, pero quizá por eso justamente impostergable. Quien juega abre una ventana al mundo, en donde el tiempo y el espacio se transfiguran y no tienen el valor del cálculo y la ganancia. Quien juega no tiene la lógica del trabajo, sino la del placer. Quizá Reverte debió recordar en algo a Huizinga, Cailois, Wallon, para nombrar iconos en el estudio, caracterización y naturaleza  del juego.
Decir como cuando afirma que “aquí no hay docencia psicopedagógica políticamente correcta”, etc, es no reconocer la conflictividad de las agrupaciones humanas, la diversidad de intereses y capacidades que se manifiestan en esos espacios de enseñanza-aprendizaje, las contradicciones que se generan y que marcan caminos subsiguientes a recorrer. Al contrario de lo que supone, la enseñanza del ajedrez no debe ser un acto de sumisión que solo puede desmentir las pretendidas bondades del juego, sino desde una ponderación educativa, un espacio lúdico para el entretenimiento, atento a la diversidad de intereses, que canalice la producción intelectual, como ponderaba el GM de ajedrez S.Tarrasch,  fomente la creatividad y cree procesos de identidad y valoración comunitaria.
Para terminar y volviendo al artículo de Pérez Reverte, voy a tomar casi textualmente momentos de su escrito, para decir en qué acuerdo y en que no estoy de acuerdo, porque creo firmemente que no refleja, ni lo que es el ajedrez, ni lo que es el valor educativo de su enseñanza, y porque trasunta aseveraciones que huelen a la idealización de un orden conservador, excluyente y fuertemente autoritario.
Acuerdo con que el ajedrez educativo:
No busca sacar campeones
Su aprendizaje no es obligatorio
Es una actividad complementaria
Genera la conciencia de que existen reglas
Respeto por el adversario
Acostumbramiento a ganar y perder

No acuerdo:
Que mejore hasta un 17 % la capacidad intelectual (improbable)
Que su lógica tiene una conexión directa con la lógica matemática y la comprensión lectora
La omnipresencia del profesor
La pasividad del alumno
Los modos del profesor.
Que no se juega en familia
Una idea de orden y silencio que trasunta sumisión
Una idealización de un pasado pedagógico autoritario. Regresión política
La valoración del ámbito privado en detrimento de la educación pública.
El desconocimiento de la complejidad del campo educativo.
La aseveración de que hablar es distractivo.
La aplicación de correctivos físicos
La idea de tutelaje (paternalismo)
Padres resignados y sumisos

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