Como coordinador del espacio de ajedrez educativo en Educar, me veo en la
necesidad de hacer conocer una lectura
crítica de la publicación de Perez Reverte en la Revista La Nación del último
domingo, pues creo que es una mala mezcla de supuestos que conduce a una
ponderación errónea de lo que significa el ajedrez y su modelo pedagógico de aprendizaje encubre una
proyecto social fundado en relaciones humanas dicotomizadas.
El escrito de Arturo P. Reverte, publicado el domingo 6
de noviembre en la revista que acompaña al diario La Nación, es una nota de
opinión y una valoración del ajedrez, que se construye sobre una serie de
supuestos que constituyen un lugar común, sobre la base de cierto consenso, acerca
de las bondades del juego para quien lo
aprende y juega. En esta primera
aproximación uno puede estar más o menos de acuerdo con algunas de sus
aseveraciones pero no necesariamente con todas, como cuando aventura que jugar
ajedrez mejora un 17 por ciento la capacidad intelectual. No dice el autor de
donde saca este número, ni hace referencia a investigación alguna. Pero en esa
misma línea de gestos contundentes, nos trae un paradójico retrato del profesor
de ajedrez. No se entiende como siendo éste, portador en tanto ajedrecista de
los atributos venerados del juego, aquellos que se suponen le permiten
manejarse en el “territorio hostil de la
vida, sea un individuo malhumorado y escasamente simpático, para no decir
nada simpático, que se maneja con dos palmadas y ninguna palabra. Pero hay más,
no ya con el ajedrez y su profesor, sino con un modo de enseñanza que trasunta
un ideal de educación absolutamente perimida y fuera de época. Aquel modelo que
ya hace más de 100 años fue severamente criticado por la llamada Escuela Nueva, que intentaba revalorizar al
sujeto del aprendizaje en sus motivaciones e intereses, que ponía en cuestión
el verbalismo comunicativo y la pasividad del aprendiz, la memorización y el
recitado, como momentos significativos de ese proceso. Pedagogos como María
Montessori, Pestalozzi, Decroly, solo para nombrar algunos, trajeron un aire
fresco en un ambiente educativo sofocante de autoritarismo y verdades reveladas, en donde solo quedaba
someterse a la palabra del maestro y aprender. Uno de los paradigmas de este orden fue el concepto de disciplina, tal
como lo muestra Reverte para este profesor y estos alumnos, hecha de sumisión,
silencio y atento a las tareas, que en el caso de este artículo, es que los
niños: “se callen y jueguen”. Quiza Reverte no sabe que si hay algo
absolutamente imposible, es obligar a jugar, sino es esta una elección propia.
Porque el jugar no es la exterioridad de gestos, sino un modo espiritual de
estar en la situación dada. Cuando alguien juega realmente está involucrado con
todo su ser, con toda su potencia intelectual y emocional y esto no es producto
de una orden o imposición externa. Jugar es estar serio de otra manera, no la
seriedad de lo útil, de lo importante, sino la seriedad de lo
innecesario, de lo superfluo, pero quizá por eso justamente impostergable. Quien
juega abre una ventana al mundo, en donde el tiempo y el espacio se transfiguran
y no tienen el valor del cálculo y la ganancia. Quien juega no tiene la lógica
del trabajo, sino la del placer. Quizá Reverte debió recordar en algo a Huizinga,
Cailois, Wallon, para nombrar iconos en el estudio, caracterización y naturaleza del juego.
Decir como cuando afirma que “aquí no hay docencia
psicopedagógica políticamente correcta”, etc, es no reconocer la conflictividad
de las agrupaciones humanas, la diversidad de intereses y capacidades que se
manifiestan en esos espacios de enseñanza-aprendizaje, las contradicciones que
se generan y que marcan caminos subsiguientes a recorrer. Al contrario de lo que supone,
la enseñanza del ajedrez no debe ser un acto de sumisión que solo puede
desmentir las pretendidas bondades del juego, sino desde una ponderación
educativa, un espacio lúdico para el entretenimiento, atento a la diversidad de intereses, que
canalice la producción intelectual, como ponderaba el GM de ajedrez
S.Tarrasch, fomente la creatividad y
cree procesos de identidad y valoración comunitaria.
Para terminar y volviendo al artículo de Pérez Reverte,
voy a tomar casi textualmente momentos de su escrito, para decir en qué acuerdo
y en que no estoy de acuerdo, porque creo firmemente que no refleja, ni lo que
es el ajedrez, ni lo que es el valor educativo de su enseñanza, y porque
trasunta aseveraciones que huelen a la idealización de un orden conservador, excluyente y fuertemente autoritario.
Acuerdo
con que el ajedrez educativo:
No busca sacar campeones
Su aprendizaje no es obligatorio
Es una actividad complementaria
Genera la conciencia de que existen reglas
Respeto por el adversario
Acostumbramiento a ganar y perder
No
acuerdo:
Que mejore hasta un 17 % la capacidad intelectual (improbable)
Que su lógica tiene una conexión directa con la lógica matemática y la comprensión
lectora
La omnipresencia del profesor
La pasividad del alumno
Los modos del profesor.
Que no se juega en familia
Una idea de orden y silencio que trasunta sumisión
Una idealización de un pasado pedagógico autoritario. Regresión política
La valoración del ámbito privado en detrimento de la educación pública.
El desconocimiento de la complejidad del campo educativo.
La aseveración de que hablar es distractivo.
La aplicación de correctivos físicos
La idea de tutelaje (paternalismo)
Padres resignados y sumisos
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